Vacunarse contra el coronavirus no debe ser obligatorio
Detrás de una excusa siempre hay una intención
Como dijo Adolf Hitler, las grandes masas sucumbirán más fácilmente a una gran mentira que a una pequeña. Actualmente, en pleno apogeo del segundo rebrote de la pandemia del coronavirus, nos encontramos con que gobiernos y empresas continúan intentando sacar tajada de estas circunstancias excepcionales para promover e imponer medidas arbitrarias, represoras y que rozan la paranoia. Todo sea, por supuesto, para obtener un rédito económico.
El culmen de tales acciones injustas y desproporcionadas se avecina con la terrible posibilidad de que el Gobierno de España, en consonancia con otros gobiernos que muestran poco aprecio por la democracia y por los Derechos Humanos, decrete la obligatoriedad de vacunarse contra el coronavirus.
En esta entrada, quisiera exponer una breve disertación sobre la injusticia e incoherencia manifiesta de obligar a todos los ciudadanos de España —y de otros países— a vacunarse contra el coronavirus. Asimismo, también aprovecharé para refutar algunas falacias comunes. No voy de adentrarme en detalles biológicos —soy biólogo— ni tampoco en asuntos políticos. Mi intención se limita a lanzar una serie de reflexiones éticas basadas en los hechos y las pruebas existentes respecto a las implicaciones éticas que tendría la obligatoriedad de vacunarse contra el coronavirus.
El Gobierno de España tiene una agenda que cumplir. Dicha agenda no sigue, en lo más mínimo, el interés de los ciudadanos ni la defensa de sus derechos fundamentales.Argumentos contra la obligatoriedad de vacunarse del coronavirus
Una vacuna, por definición, es una sustancia exógena a nuestro organismo que se inocula con el objetivo de que nuestro cuerpo genere unas defensas biológicas contra los patógenos presentes en dicha sustancia. La vacunación es un método científicamente avalado que ayuda a generar una inmunidad o resistencia contra diversos agentes perjudiciales.
En general, se considera recomendable que la población se vacune ante un determinado virus. Sobre todo, aquellos miembros de la población que constituyen un grupo vulnerable. Ahora bien, el caso que nos compete dista mucho de ser el habitual. Por ende, esta situación merece un análisis exhaustivo y basado en lo que sabemos sobre el coronavirus y las pruebas realizadas. Resumiré mis argumentos en sólo tres puntos:
- Establecer una vacunación obligatoria viola los Derechos Humanos. A tenor de lo ya explicado, establecer la obligatoriedad de vacunarse implica que el Estado, o cualquier autoridad, impone su poder para introducir una sustancia exógena en el organismo de un ser humano. Esto significa, en pocas palabras, que tal ente sitúa sus decisiones e intereses por encima de la voluntad e integridad de una persona humana. Eso, en sí mismo, es una aberración.
- Las vacunas contra el coronavirus no están todavía muy probadas. Cualquier medicamento debe pasar años de investigación, desarrollo y análisis de efectos antes de que pueda pasar a la utilización y consumo de la sociedad. En general, este proceso tarda varios años e incluso décadas. Las vacunas presentadas contra el coronavirus no llevan ni un año de desarrollo. Esto implica que, si el Gobierno decretara la obligatoriedad de vacunarse contra el coronavirus, estaría jugando con la vida de sus ciudadanos.
- No existe ningún marco legal que ampare a las víctimas si aconteciere una vacunación obligatoria contra el coronavirus. Las leyes en España establecen que las vacunas son voluntarias. Sin embargo, como herencia del franquismo, existe un cierto hueco legal para imponer medidas contra los Derechos Humanos en circunstancias que el Estado estime como «excepcionales». Si el Gobierno decretara la obligatoriedad de las vacunas y alguien muriese o sufriera algún trastorno o enfermedad como consecuencia de su administración, dicha persona quedaría absolutamente desamparada y sin garantías sociales.
Respuesta a falacias típicas a favor de la vacunación obligatoria
El Gobierno no es imparcial en esta situación. Resulta innegable que existen intereses comerciales derivados del desvío de dinero público para la adquisición de estas vacunas contra el coronavirus y una infinidad de contratos comerciales vigentes y potenciales. Los medios de comunicación, regidos por estos mismos intereses, iniciaron desde hace meses una campaña para inculcar algunas ideas y falacias entre la población para allanar el camino hacia un posible decreto que estableciera la obligatoriedad de las vacunas.
Este conjunto de acciones, ejercido por gobiernos y empresas, está perfectamente orquestado. Para entender mejor las diferentes estrategias de manipulación psicológica, aconsejo visitar este ensayo que escribí sobre la teoría de la Ventana de Overton.
- Falacia del negacionismo: Acontece cuando aquellos individuos que están a favor de imponer una vacunación colectiva arguyen que quienes rechazan esta imposición son negacionistas del coronavirus, antivacunas o conspiranoicos. Como ya he señalado, estar contra la obligatoriedad de vacunarse o contra la actual vacuna del coronavirus no significa estar en contra de todas las vacunas ni de la ciencia. Se trata, ni más ni menos, que un hombre de paja unido a un sucedáneo de una falacia ad hominem que busca ridiculizar a alguien mediante la asociación de un argumento con aquel que lo expone.
- Falacia del «bien público»: Acontece cuando aquellos individuos que están a favor de imponer una vacunación colectiva arguyen que vacunarse debe ser obligatorio porque constituye un bien común para todos. Ésta es, sin dudas, una de las falacias más peligrosas y la que será el estandarte del Gobierno. Se trata de una falacia consecuencialista (ad consequentiam) que parte desde una petición de principio (petitio principii) para declarar que está bien vulnerar los derechos de un individuo si el resultado de hacerlo puede ser positivo para el conjunto de la población. Debido a que la mentalidad utilitarista está muy asentada entre la población, unido al hecho de que el miedo y la fe pueden servir como detonante mental para el ejercicio o justificación de acciones aberrantes (como el nazismo), esta falacia se vuelve especialmente peligrosa; pues puede servir para excusar, literalmente, cualquier acción emprendida por gobiernos y empresas en detrimento de la vida, la libertad y la integridad de las personas. Irónicamente, las grandes empresas farmacéuticas podrían compartir los datos de sus investigaciones para obtener una vacuna más eficiente y menos costosa. Pero prefieren duplicar esfuerzos por tal de «llevarse el gato al agua», ¿acaso es cuestión de bien público que a alguien se lo obligue a vacunarse del coronavirus contra su consentimiento y libertad mientras las farmacéuticas no piensan en el bien común para salvar vidas? No nos engañemos, se trata de dinero. Ya está.
Conclusión
Es triste que hayan muerto ya millones de personas —humanas y no humanas— por el coronavirus. La mayor parte de tales cifras se la llevan aquellos animales sobre quienes se ha experimentado la vacuna o sobre quienes ha recaído todo el peso del especismo: los 15 millones de visones asesinados en Dinamarca son un buen ejemplo de cuánto es capaz de hacer el ser humano por su interés o, en dicho caso, por su paranoia especista.
Lo peor de la pandemia del coronavirus radica en que ha sentado precedentes para unos terribles cambios en nuestros sistemas socio-económicos y en que nos ha demostrado, nuevamente, que el ser humano emprenderá acciones contrarias a los intereses inalienables de un sujeto por intereses propios o bajo la manipulación de terceros. Ahora más que nunca debemos ser conscientes de los intereses de Gobiernos y empresas por controlar nuestra privacidad y libertad. En nuestra mano queda tomar algunas decisiones para defender nuestra autodeterminación.