bebés

Pendientes en menores: un atentado contra los derechos del menor

Fotografías de bebés con pendientes, piercings y tatuajes - Pendientes en menores - Explotación infantil
Fotografías de bebés con pendientes, piercings y tatuajes. Alterar el cuerpo de los menores supone un atentado contra sus derechos fundamentales. Por la misma razón, colocar pendientes en menores carece de justificación ética y es una forma, aceptada socialmente, de explotación infantil.

La ignorada ética de los pendientes en menores

Un pendiente —también llamado zarcillo en mi región y recibe otras denominaciones según la zona geográfica— es un elemento decorativo que cuelga de la oreja de un ser humano.

En Occidente y determinados países de Oriente resulta habitual que si un bebé nace niña, se le coloque unos pendientes al cabo de días, semanas o meses. Se trata de una acción meramente cultural, cuyas implicaciones éticas a menudo se olvidan en el seno de nuestra sociedad. No está bien visto —ni es ético— colocarles piercings a un bebé ni tatuarlo de arriba abajo. Sin embargo, la sociedad sí parece ver con buenos ojos que unos padres perforen el cartílago de la oreja de una bebé para que exhiba unos pendientes hipoalergénicos... Esto es una contradicción.

En otros países, a las niñas se les extirpa el clítoris, se les colocan anillas en el cuello, se les vendan los pies o, más creciditas, las obligan a ingerir comida a la fuerza para que engorden y estén «bellas» para su futuro esposo. En nuestro caso, bastante común en el planeta, se les perfora sendos cartílagos del mismo modo que se les practica a otros animales esclavizados. Es una forma de explotación infantil; pues a dicho sujeto se lo usa como medio para un fin: la satisfacción de los padres o el cumplimiento de un rasgo cultural por inercia social.

Colocar pendientes en menores no ético porque los bebés o niños no pueden dar su consentimiento libre e informado para alterar sus cuerpos. Cuando una acción se realiza sin consentimiento del afectado, hablamos de explotación. Y, en este caso, de explotación infantil. Asimismo, en todos estos casos, los menores son forzados y coaccionados contra su voluntad —se los sujeta— para poder perforarles el cartílago de la oreja, algo que los lastima y puede causarles infecciones y otros perjuicios total y absolutamente inmotivados.

El guardián de los cristales - Vacas alpinas con crotales en las orejas
A los animales esclavizados como ganado se los marca a fuego y se los etiqueta con crotales en las orejas. Al igual que ocurre con los pendientes en menores, esta práctica tiene su origen en la cosificación del individuo como si fuese un objeto al servicio o con la apariencia que desean sus dueños.

La explotación infantil y la explotación animal

Cuando uno explica que no es ético colocar pendientes en menores, muchos padres y análogos reaccionan diciendo que «cada uno tiene derecho a hacer con sus hijos lo que quiera». Esta afirmación evidencia tanto una profunda ignorancia de los derechos del menor como una visión cosificadora hacia sus propios hijos; la misma cosificación que tiene un ganadero con los animales a los que crían, esclaviza y envía al matadero.

¿Cómo que «cada uno hace con sus hijos lo que quiera»? ¿Dónde queda la libertad de esa bebé? Las acciones que afectan a terceros no son respetables. Los niños no son objetos a disposición de los deseos de los padres. En sociedad se confunde sistemáticamente el deber de cuidarlos con inculcarles unos determinados gustos o una determinada cultura a la fuerza. Así como no se los bautiza por «necesidad» ni se los lleva a catequesis por «menester divino», tampoco se les atraviesan las orejas porque vayamos así a salvarles la vida. Seamos francos. Se hace porque se quiere: por inercia, por irreflexión, por antojo, por falta de criterio...

En estos casos no hablamos de decidir sobre un menor porque tenga un tumor ni ninguna otra situación de vida o muerte; sino de que los padres lleguen a decidir sobre el cuerpo de los menores por una razón de simple apariencia que no tiene por qué compartir ni en el presente ni en el futuro.

La justificación tan típica para poner pendientes en menores de que «le gustará o lo preferirá de mayor» no tiene validez en ética. Éstos y otros alegatos incurren en simples peticiones de principio con que se evade un argumento moral. Atentar contra la integridad de un individuo por una razón ajena a sus propias decisiones es siempre injustificable porque, precisamente, nuestra libertad no debe afectar a la libertad de los demás. Los menores, al igual que todos los restantes animales, entran en dicha categoría.

El guardián de los cristales - Bebé acurrucado
Nuestro deber moral es proteger a los menores, no alterar sus cuerpos según convenciones sociales.

Conclusiones

Los humanos poseen una altísima capacidad de racionalizar su cultura e integrarla en su ser, esto significa que intentarán inherente y desesperadamente justificar sus acciones de origen cultural por el simple hecho de que así se les enseñaron. Si esta misma crítica se dirigiera a otras culturas existentes —y pasadas— que mantenían otras preferencias en cuanto físico y modales, nos encontraríamos igualmente con quienes justificaran esta praxis sin mayor argumento.

Cuando el menor alcance la mayoría de edad tendrá libertad para decidir sobre su cuerpo. Mientras tanto, no tenemos legitimidad para colocar pendientes en menores ni para acometer ninguna acción arbitraria sin justificación médica.

Tomarnos esta legitimidad implica obrar sin ningún tipo de provecho sobre sus vidas y, cuando menos, fomentar daños innecesarios —rasgaduras en los lóbulos, dermatitis de contacto e infecciones secundarias— por una razón inútil.

El establecimiento, desde antiguo, de una discriminación basada en el sexo —sexismo— ha causado una cosificación de la mujer hasta el punto de que, a veces, ni ellas mismas son conscientes de que participan la prosecución histórica de acciones atroces e instauradas contra la dignidad que merecen. Esta acción incurre en la misma inmoralidad que otras discriminaciones morales, como el especismo, el cual nos lleva a pensar que acaso esté bien criar, hacinar, marcar y asesinar animales.

Resulta fundamental que la sociedad rechace estas prácticas, análogas a las prácticas ganaderas, que se siguen transmitiendo de generación en generación por inculcación, imitación y aprendizaje.